Publicado el 14.10.2018.4:30 pm
por Marisela Gonzalo Febres *
Si viviera, Hannah Arendt habría cumplido este 14 de octubre, 112 años. Pero murió a los 69, después de convertirse en una de las figuras más importantes del siglo XX. De origen judío, estudió filosofía en Alemania donde vivió una intensa pasión amorosa con Heidegger, el filósofo que colaboraría con los nazis. Salvó su vida huyendo a los EEUU, donde escribiría la mayor parte de una obra densa caracterizada por la ausencia de fanatismo y por ser expresión de una inteligencia y lucidez envidiable, a la hora de escudriñar el hecho político a través de la filosofía.
Los orígenes del Totalitarismo, su obra más reconocida, analiza la interpretación de la ley por parte de los totalitarismos, como “ley natural”, a la hora de justificar la exterminación colectiva de los “condenados por la naturaleza y la historia”. Otro de sus libros, Sobre la violencia, nos servirá en esta versión escrita de vuelo de pájaro, para mostrar “el paso de la violencia en los asuntos humanos”, donde tomará de M. Weber, su definición del Estado, mediante el cual, “los hombres ejercen el dominio sobre otros mediante la violencia legitimada”.
Tomará de Jouvenel, su opinión de la guerra como, “una actividad propia de la esencia de los Estados. Recordará a Sartre y el hombre que “convierte a otros en instrumento”. A Voltaire y su afirmación: “El poder consiste en hacer que otros actúen como yo decida” y recreará el juego de la imposición Vs resistencia.
Estas líneas gruesas de su tesis, nos permiten hoy acercarnos a la situación del poder en Venezuela. Arendt, distinguió violencia de poder, al concluir que sólo el apoyo del pueblo, da poder a las instituciones en el gobierno representativo, pues el pueblo domina a quienes les gobiernan y pierden su apoyo popular.
Todo tirano necesita del apoyo irrestricto de colaboradores en la violencia ejercida. Coincide con Montesquieu al considerar a la tiranía como la más violenta pero menos poderosa en las formas de gobierno. Considera que el poder precisa del número pero la violencia, de los instrumentos. Solo en el caso de la democracia sin constitución, se puede suprimir los derechos de las minorías sin apelar a la violencia. “La extrema forma de poder es todos contra Uno; La extrema forma de violencia es Uno contra Todos y ésta requiere siempre de instrumentos.”
Pregunta “¿Quién manda a quién?”, diferenciando —poder, potencia, fuerza, autoridad y violencia— por señalar realidades distintas en “los asuntos humanos” y medios de dominar el hombre por el hombre. Aclara que el poder, no es propiedad de un individuo sino de un grupo y seguirá existiendo sólo “mientras el grupo se mantenga unido”. La potencia, tiene que ver con la naturaleza del grupo frente a la potencia individual. La fuerza, con las circunstancias. La autoridad, en el indiscutible reconocimiento de los que obedecen. Se pierde por el desprecio y se mina por la risa. La violencia, está próxima a la potencia por su carácter instrumental, aunque admite que las distinciones tienen cierto carácter arbitrario. El poder, para ejercer su autoridad en comunidades organizadas, requiere “del reconocimiento instantáneo”, con el fin de evitar enfrentamientos y motines.
Vietnam, demostraría que un oponente mal equipado pero bien organizado, es más poderoso y cómo al concebir el poder en términos de mando y obediencia, se le iguala con la violencia. Mientras que la violencia necesita justificarse, el poder solo ha de estar organizado e institucionalizado, para permitir vivir juntos a los hombres. La violencia, en cambio, devela que no se enfrentan hombres con hombres, sino con artefactos de los hombres, cuya inhumanidad y eficacia en la lucha, aumenta con la distancia que los separa.
La historia también se escribe con los pensamientos y reflexiones de quienes escriben y actúan. Leen y cuestionan. Hannah Arendt con su vida y obra, nos demuestra con su lucidez, que nada ni nadie escapa a lo que llamara, “el paso de la violencia en los asuntos humanos”.