Publicado el 05.05.2020.4:49 pm
Confieso que este artículo iba a tratar otro tema; tengo varias semanas haciendo una investigación sobre variables macroeconómicas mundiales en la historia, patologías más mortales en la historia, epidemias y etc. Pero ese tema lo abordaré en otro momento.
He visto videos de YouTube con títulos llamativos: “¿Cómo es un día en la vida de un Spetnatz?” ó “¿Cómo es un día en la vida de un Navy Seals?” etc. Se me ocurrió entonces contar “¿Cómo es un día en la vida de un consultor –yo- en Venezuela?”
Hace unos meses me re-registré (no es un error, es que me exigieron registrarme de nuevo) en “Gas de Lara”, para que me llevarán mis bombonas, que “ahora sí” según la Gobernadora de Lara, funcionaría bien.
El caso es que hace unos meses solicité y pagué (por medio de un sistema arcaico de colas, montaña de papeles, sellos y diligencias) la recarga de mis bombonas. Se supone me despacharían en una semana. Luego de 4 meses decido apurar la cosa; como pude conseguí un enlace que me ayudaría a que me despacharan las bombonas (sin ningún interés, sino de ayudar), el también tardó varias semanas en que me despacharan el gas.
Luego de varios días posponiendo, llega el día, me dice: “Vente mañana en la mañana a la planta, que aquí te las van a dar”. Tengo poca gasolina y pienso que se supone me las deberían llevar hasta la casa; pero bueno, accedo y voy al sitio al día siguiente en la mañana.
Me encuentro con el enlace, el habla con varios trabajadores y se regresa y me dice:
-“Ya el camión salió, tenemos que ir hasta donde está el camión”
– Llámalo (le digo ingenuamente)
-“No, me acaba de decir uno de los muchachos que anoche le dieron un quieto y le quitaron todo” A él le toca despachar hoy en Cabudare, en la Urb. Las mercedes… vamos para allá.
Me queda menos de 1/4 de tanque de gasolina, lo menos que quiero es perseguir un camión de gas, pero la necesidad apremia y accedo. Llegamos hasta la mentada Urbanización, la revisamos en cada calle y cada esquina, y por supuesto no encontramos el camión. Otro día más sin gas –pienso- pero no es todo; debo llevar de nuevo a su casa al enlace que me está ayudando; no sé si la gasolina me alcance, pero es ya un compromiso moral llevarlo, entonces la hago un audaz y casi indecente planteamiento:
-¿Tú me podrás regalar un par de litros de gasolina de tu carro?
-“Yo no tengo –me dice- pero a mi primo creo que le queda algo en la camioneta”
Vamos entonces de regreso a llevarlo, con la incomodidad de la misión no cumplida y la ansiedad de la poca gasolina que queda y pienso que debo aprovechar cada salida para hacer todo, debo comprar algo de comida, así que antes de llevarlo me meto por la Urbanización Nueva Segovia, en donde hay varios abastos. Entonces ocurre “el milagro”.
Al cruzar en una esquina hay un camión de gas, “¡ese es!” grita mi pasajero. Rápidamente me entregan mis dos bombonas llenas y entrego las dos bombonas vacías, no sin antes ellos verificar que efectivamente tenía la planilla debidamente pagada y sellada, es decir, nadie rompe reglas a pesar del extraño despacho.
-¿Porque huele tanto a gas? –le pregunto al chofer del camión-
-“Es que todas esas bombonas botan gas” –me responde-
-¿Y eso es normal? –pregunto ingenuamente-
-“Claro que no; lo que pasa es que todas esas bombonas están viejas y vencidas, aquí uno lo que está es arriesgando la vida, y todo por 100 mil bolívares semanales”-
Arrancamos entonces rumbo a la casa de mi acompañante, para dejarlo en el lugar acordado, (con el carro hediondo a gas). Llegando a su casa se prende la luz de emergencia, estoy ya sin gasolina. Nos metemos por un barrio con recovecos para buscar al primo cuya camioneta debe tener algo de gasolina. Llegamos al sitio, hacemos peripecias con una botella de plástico de dos litros y una manguera y logramos sacar un par de litros del (este si) preciado líquido.
Arranco más tranquilo sabiendo que tengo como llegar a mi casa, y que además no llegaré con las manos vacías. En el camino recuerdo algo importante: ¡Hay que comprarle comida a los perros!; pero entonces me doy cuenta que algunos de los pocos carros circulando me hacen señas. Al detenerme me doy cuenta que estaba arrastrando el tubo de escape.
Al llevar a mi copiloto a su casa, un barrio al norte de la ciudad, pasé sobre las vías del tren (no es como en la película Fast and Furious, no hay ninguna señalización y eso que el tren pasa diariamente) y como estaba cargado con las dos bombonas, el carro pegó abajo y rompió el escape.
Al bajarme pienso en que hacer, ya es más de la una, me quedan unos 45 minutos antes del toque de queda, si espero la grúa quizá me agarran las dos, y los cuentos y arbitrariedades de las detenciones ameritarían otro artículo. Mientras evalúo opciones, me doy cuenta que el celular no tiene cobertura (cosa cada vez más común). Decido entonces ponerme manos a la obra, me meto debajo del carro, remiendo con un cordel el tubo de escape y sigo mi camino poco a poco (y aprovechando la inercia en las bajadas para no consumir tanta gasolina). Pienso entonces que aún tengo tiempo para comprar la perrarina.
Me paro en el lugar que siempre compro la comida de los perros, pido el saco grande y cuando voy a pagar me informan lo que ya es casi una regla “no hay punto”, y el celular no tiene cobertura para pago móvil. Hábilmente la chica me informa lo que también ya es costumbre: “puede pagar por Zelle!”.
Logro comunicarme con un amigo dedicado a esa nueva profesión (cambios, compra – venta, pagos en divisas) y le doy los datos para la transferencia. El transfiere, y la chica me informa que debe confirmar la transferencia, entra la oficina y en ese preciso momento se va la luz.
-“No pude confirmar”, me dice ansiosa
Mientras pienso que hacer, ella misma encuentra una solución. Le pregunta a otro de los trabajadores:
-“¿Tu lo has visto a él antes, el siempre compra aquí?”
Me quito el tapabocas para que me vea la cara; el muchacho me ve y le contesta afirmativamente y además le dice que me despache el alimento.
Llego a mi casa al filo de las 2:00 PM, le doy al control para abrir el portón, y por supuesto no abre porque no hay luz. Dejo el carro afuera y bajo la carga una por una. Primero una bombona; luego la otra y luego el saco de perrarina. Intento entonces hacer mi ritual de desinfección (quitarme la ropa y lavarme extremidades antes de entrar a la casa) pero ¡oh sorpresa!, no sale agua porque para eso necesito la electricidad que activa el hidroneumático. Cada gota de gasolina cuenta, de modo que es impensable prender la planta (el generador eléctrico).
Termino mi ritual de desinfección a punta de gel anti-bacterial, entro a la casa y aprovecho la batería de la laptop para escribir estas líneas.
Lo “Bueno” es que el día apenas va a la mitad, el corte es de 6 horas, de modo que no podré trabajar (si, trabajar, porque lo de la mañana no sé que es, pero no me pagan por eso) hasta que vuelva la luz, y entonces quizá tenga internet.
PD: Llego la luz a las 6.30, pero el servicio de internet llegó a las 9 de la noche.
Ricardo Ríos C. Presidente de Poder & Estrategia. Especialista en análisis de entorno y riesgo político.