Publicado el 29.11.2018.8:18 pm
por Marisela Gonzalo Febres
Expresión tristona la de este grabado de Andrés Bello, quien al parecer no fue muy buenmozo que digamos, pero sí fue dueño de un atractivo que aumenta con los años: la densidad de su cultura que aliada a su gran inteligencia, superara lo que puede ser un don, pero que generalmente termina encorsetando a quien se queda en su efecto memorístico: Me refiero a la erudición. Muy joven aun fue maestro del Libertador y su acompañamiento en las ideas libertarias, trascendió campos de guerra al consolidar el proyecto americano, iniciado en 1802 en la Capitanía General. En 1810, a los 29 años, acompaña a Bolivar y López Méndez a Inglaterra en misión diplomática, sin imaginar que no regresará mas nunca a Venezuela.
Sus largas sesiones de investigación en el British Museum, en el mismo sillón y frente al mismo escritorio, hablan de un fervor intelectual y disciplina a toda prueba, en quien pasara numerosas dificultades económicas y pobreza digna, en una ciudad cuya naturaleza, estaba muy distante de la luminosidad y colorido del trópico que llevaba en sus recuerdos y que habitará su Alocución a la #poesía, pero especialmente su #Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida.
Será Chile el país afortunado que recibirá y dará espacio a los proyectos de este venezolano que llevaba dentro de sí al universo entero y que le diera, mucho antes de que surgiera la lingüística moderna, rango de lengua con todos sus derechos, al español hablado en América. Y que reformara la universidad haciéndola nacer de nuevo, redactara el Código Civil chileno y escribiera una obra densa y transformadora, como su Principios de Derecho Internacional. Como dijera el gran Mariano Picón Salas: «Abrió al trato intelectual de otras naciones y otras culturas el entonces cerrado mundo hispanoamericano, con la misma decisión que los héroes de la Independencia lo abrían al trato político».