EL CÁUCASO, UN HERVIDERO SIN SOLUCIÓN A LA VISTA

Publicado el 22.12.2014.9:26 pm

Uno de los logros que se le puede adjudicar a la URSS es el de haber soterrado durante siete décadas multitud de problemas étnicos y nacionalistas en sus distintos territorios federados. Con una mezcla de autoritarismo, nacionalismo aglutinador y pericia al igualar políticamente el estatus de gran cantidad de territorios, consiguió unir bajo un mismo poder a la amalgama de repúblicas soviéticas. Sin embargo, en absoluto consiguió hacer desaparecer las latentes diferencias históricas que muchos de estos territorios tenían entre sí. El declive de la potencia soviética propició el resurgir de estas rivalidades, y su desaparición provocó la plena resurrección de las enemistades.

Una de las regiones que con mayor rigor sufrió este rebrote de nacionalismo fue la caucásica. Georgia, Armenia y Azerbaiyán, situados en este límite oriental entre Europa y Asia, reprodujeron a principios de los años noventa terribles episodios bélicos, tanto entre ellos como de manera intraestatal. Un cuarto de siglo después, la situación no se puede decir que haya mejorado. Se mantiene congelada con esporádicos enfrentamientos, por lo que no se descarta que en un futuro cercano la zona pueda volver por los derroteros de violencia que ya ha atravesado. De hecho, la situación se ha complejizado al entrar nuevos actores en juego. Estados como Rusia, Turquía o Irán, todos limítrofes con uno o varios de los tres países caucásicos tienen intereses económicos, políticos o culturales en la zona además de preocupaciones por una posible desestabilización. A esto se le añade el desarrollo del Mar Caspio como importante yacimiento en la extracción de petróleo y gas natural, que introduce la variable económico-energética en el tablero regional.

Veinticinco años de guerras

Georgia obtuvo su independencia en abril de 1991, en pleno desmembramiento de la URSS. En el entramado territorial soviético tenía a su vez a dos repúblicas autónomas adheridas, la República de Osetia del Sur y la República de Abjasia. La primera de ellas ya había dado muestras de sus intenciones independentistas a finales de los años ochenta en la efervescencia nacionalista que caracterizó aquella época. La región, habitada mayoritariamente por osetos, quería en primer lugar independizarse de Georgia para luego integrarse con Osetia del Norte, territorio de la Federación Rusa.

Mapa Georgia Osetia Abjasia

Finalmente, y coincidiendo con un periodo político y económico especialmente turbulento para Georgia –con golpe de estado incluido–, Osetia proclamó su independencia en noviembre de 1991, mientras que Abjasia lo hizo en julio de 1992. El gobierno central georgiano, movido por un fuerte nacionalismo, decidió reintegrar dichos territorios por la fuerza, iniciando una invasión de los territorios secesionistas que se tornó en guerra de guerrillas entre el ejército georgiano y las milicias abjasias y osetas. La incapacidad de las tropas georgianas para controlar el territorio rebelde y la ayuda encubierta de Rusia a las repúblicas separatistas provocó, además de unos cuantos miles de muertos, 250.000 desplazados georgianos y una considerable destrucción, la retirada de las tropas de Georgia en 1992 de Osetia y en 1993 de Abjasia y un acuerdo de alto el fuego. Este repliegue motivó la independencia de facto de ambas repúblicas, únicamente reconocidas por Rusia. Para garantizar la seguridad en dichas zonas, en el plan de paz supervisado por la ONU se constituyó una misión de paz de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) compuesta por soldados rusos, que se desplegó en ambas repúblicas como fuerza de interposición.

Sin embargo, la problemática entre ambas partes no terminó aquí. Económica y políticamente sostenidas por Rusia, las repúblicas independizadas han intentado distanciarse lo más posible de Georgia, incluyendo expulsar a los georgianos todavía en sus fronteras, que en casos extremos se ha tornado en ejecución de miembros de la minoría georgiana –también hay acusaciones de genocidio, especialmente dirigidas a los abjasios–. Desde el gobierno de Tblisi nunca han llegado a dar estas regiones por perdidas amparándose en el apoyo tácito de la comunidad internacional, especialmente occidental, que no reconoce a estas repúblicas y en una supuesta superioridad militar que han intentado proyectar en alguna ocasión. Ya en 2006, el ejército georgiano controlaba algunas zonas de Osetia del Sur, pero el aumento de las escaramuzas con los osetios y la escalada de la tensión con Rusia no presagiaba nada bueno. Finalmente, en agosto de 2008, tras varios incidentes con tropas rusas, el ejército de Georgia lanzó una potente ofensiva sobre la capital surosetia, Tsjinvali, con la esperanza de obtener una rápida victoria que permitiese recuperar la región separatista. Sin embargo, la defensa de las tropas rusas allí destacadas frustró sus planes. A esto se le sumó casi de inmediato una invasión rusa de Georgia en toda regla. En pocos días, el ejército ruso había aniquilado a las tropas georgianas y obligado de nuevo a Tblisi a aceptar el statu quo con sus pretendidas repúblicas autónomas, cerrando así el último capítulo en dicho conflicto.

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Desde Georgia viajamos ahora hacia el sureste, a la región de Nagorno-Karabaj, también llamada Alto Karabaj, situada dentro de Azerbaiyán pero controlada actualmente por Armenia. Su historia reciente, así como la de los dos países mencionados, es igualmente violenta.

En plena descomposición de la URSS, la región de Nagorno-Karabaj, con cierta autonomía dentro de la todavía república soviética azerí, declaró sus intenciones de adherirse a Armenia en 1988 mediante un plebiscito. El motivo principal es que dicha región es mayoritariamente armenia –cristianos–, integrada en un país étnica y religiosamente distinto como es Azerbaiyán, azerí y musulmán chií. Así, las habituales protestas de que eran marginados y perseguidos dentro del país azerí volvieron a ser una técnica habitual para argumentar sus intenciones. Para intentar limitar estas pretensiones, el gobierno de Bakú disolvió la autonomía del gobierno de Karabaj, y estos contestaron votando por la proclamación de la República de Nagorno-Karabaj en diciembre de 1991. La tensión entre la autoproclamada república y el gobierno central azerí fue creciendo en los meses siguientes, desembocando en una guerra abierta fomentada por el vacío de poder dejado por la URSS en su colapso.  

Aunque no llegase a haber una declaración formal de guerra entre Armenia y Azerbaiyán, la contienda entre 1992 y 1994 fue entre ambos de guerra total. Los azeríes, armados con los restos dejados por la desaparición soviética y apoyados por Turquía e Irán, partían teóricamente con mayor ventaja en la contienda. Sin embargo, los armenios, aunque peor equipados, tenían a las tropas de Nagorno-Karabaj –que era la sociedad de la pequeña república totalmente militarizada– y el apoyo de Rusia, que una vez más resultó fundamental en la resolución del conflicto. Los armenios, que para 1994 controlaban todo el territorio de la república independentista y seis provincias azeríes –un 14% del territorio de Azerbaiyán–, iban de victoria en victoria. Finalmente, y para no verse más derrotados aún, Bakú solicitó un alto el fuego en mayo del 94, una tregua bendecida por Rusia.

Nagorno Karabaj

Desde entonces, tanto Nagorno-Karabaj, independiente de facto, como los territorios azeríes conquistados por Armenia en la guerra se encuentran administrados desde Yereván. Dos tercios del presupuesto de Nagorno están cubiertos por las arcas armenias. Sin embargo, el “congelado” del conflicto es patente. Toda la zona limítrofe entre Armenia y Azerbaiyán está plagada de trincheras, alambradas y puestos de vigilancia. El alto el fuego significó una rebaja en las hostilidades, pero ni mucho menos la paz en la zona. Al estimado millón de refugiados que causó el conflicto se le siguen añadiendo todavía hoy algunos más. Desde 2008 la situación ha empeorado, y son frecuentes las escaramuzas, los intercambios de disparos e incluso el fuego de artillería en la línea que separa ambas zonas. Los intentos de resolución pacífica han sido numerosos; incluso la OSCE ha creado el llamado Grupo de Minsk, que desde 1992 busca, bajo el amparo de Estados Unidos, Rusia y Francia, que ambos países lleguen a un pacto sin recurrir a la violencia. Sin embargo, los sentimientos encontrados mantienen bloqueada toda posibilidad de paz estable.

Revoluciones inconclusas

Uno de los causantes de esta delicada situación en el Cáucaso ha sido su élite político-militar. Heredera de las relaciones de poder en la época soviética, el derrumbe de la potencia comunista dio alas a los jerarcas de la zona para consolidarse en el poder de las recién nacidas repúblicas caucásicas. Estos autócratas de principios de los noventa de marcado carácter personalista, tuvieron que recurrir al clientelismo y la corrupción en sus élites para mantenerse en el poder. No todos aguantaron. El primer presidente georgiano,  Zviad Gamsajurdia, duró poco más de medio año en el cargo, viéndose obligado a exiliarse en Armenia cuando un golpe de estado militar le depuso del cargo al encontrarse el país al borde de la guerra civil –que luego se materializó en la guerra contra osetos y abjasios–. Su sustituto, el último ministro de exteriores soviético, Eduard Shevardnadze, consiguió mantenerse en el poder de 1992 a 2003.

La situación política en Armenia y Azerbaiyán no ha sido mucho mejor. Los conflictos armados, las crisis económicas derivadas de la incapacidad de reconversión tras el colapso soviético, la corrupción generalizada y los fraudes electorales han sido una constante que han desgastado políticamente a todos los presidentes. Como ejemplo, Levon Ter-Petrosián, primer presidente de Armenia, ganó unas elecciones de manera fraudulenta en 1996, y fue obligado a renunciar dos años después por su mala gestión en la cuestión de Nagorno-Karabaj. En el vecino azerí la situación política ha sido más estable pero no de mejor calidad. Heidar Aliev ha sido toda una institución en Azerbaiyán. Presidente de la República Socialista Soviética entre 1969 y 1982, regresó al poder en 1993 en la ya república independiente. Con un gobierno eficiente desde la perspectiva económica y exterior, Aliev se mantuvo en el poder durante treinta años,  gracias en parte por el apoyo del estamento militar, muy mimado por el dirigente azerí durante su mandato. Sin embargo, la calidad democrática del país ha sido similar a la de sus vecinos. Hasta su muerte en 2003, no tuvo ninguna intención de llevar a Azerbaiyán por la vía democrática. De hecho, durante sus últimos años, se dedicó a enseñar a su hijo Ilham el oficio de presidente, con la intención de dejarle el cargo una vez él hubiese muerto, cosa que al final ha sucedido. Un caso más en una práctica habitual en las exrepúblicas soviéticas.

Líderes Cáucaso

El año 2003 marcó un antes y después en las dinámicas políticas de la región. Se celebraron elecciones en los tres países caucásicos, y todos los comicios arrojaron importantes cambios. En Georgia, la presidencia de Shevardnazde cada vez estaba más deteriorada. La mala situación económica y la corrupción galopante que estaba extendida en la élite política acabó por dividir al gobierno y sacar a los georgianos a la calle, comenzando así la “Revolución de las rosas”. El presidente Shevardnadze tuvo que enfrentarse en las urnas a su antiguo ministro de justicia, Mijéil Saakashvili, y perdió. El nuevo presidente Saakashvili, abiertamente proocidental, prometió mejorar la economía, acabar con la corrupción y reforzar la posición del país. En los diez años en los que se mantuvo en el poder, cumplió lo primero –el PIB de Georgia se cuadruplicó entre 2003 y 2013–, intentó lidiar con lo segundo y fracasó en lo último. Es cierto que los intentos de reforma anticorrupción en la policía, ejército o educación dieron sus frutos, lo que permitió a su vez la mejoría económica, sin embargo, las críticas que Saakashvili arrojaba en su día sobre su predecesor en relación a las carencias democráticas no se las aplicó a sí mismo una vez llegó al poder. En este sentido, la mejora en la calidad democrática georgiana ha sido bastante escasa. 

Una suerte similar ha corrido la política exterior del país bajo su mandato. Los intentos aperturistas hacia Europa y las medidas de acercamiento dejaron a Georgia en buena posición de cara a una posible adhesión a la OTAN y la Unión Europea. Sin embargo, la guerra con Rusia en 2008 echó todo por tierra. Las instituciones occidentales tomaron buena nota del mensaje: el Cáucaso era ruso y la intromisión occidental en aquella tierra no iba a ser bien recibida desde el Kremlin. Por Georgia, un país pequeño y sin demasiada importancia, OTAN y UE no iban a dañar –más– sus relaciones con Moscú.

 El 2003 también fue importante para Armenia. Robert Kotcharian, nacido en la república de Nagorno-Karabaj, se presentaba a la reelección tras su primer mandato, que comenzó en 1998 con sospechas de fraude electoral incluido. Para estos comicios, cuyo mandato se alargaría hasta 2008, repitió la fórmula. Boicot al líder opositor, detención de activistas contrarios a su política y pucherazo electoral para culminar el proceso fueron sólo algunas de las irregularidades documentadas por los observadores de la OSCE presentes en Armenia. Sea como fuere, Kotcharian volvió a ganar, y las bancadas del parlamento armenio cambiaron considerablemente. Dos de los antiguos partidos tradicionales en Armenia, nacionalistas y comunistas, desaparecieron del mapa, y el partido del presidente cambió su apoyo de la militarizada sociedad armenia a los nuevos oligarcas del país, con mayor influencia nacional e internacional.

En el vecino y enemigo Azerbaiyán, los asuntos políticos anduvieron por derroteros similares. Haidar Aliev, el omnipresente presidente, cedió el testigo a su hijo Ilham, que para legitimarse convocó elecciones en octubre de 2003, que ganó con solvencia gracias a un más que posible fraude electoral. Sin embargo, y aunque no había demasiadas esperanzas en la segunda generación de los Aliev, Ilham ha conseguido mantenerse en el poder y generar cierta prosperidad en el país. Sin duda, la explotación de hidrocarburos en el Mar Caspio ha contribuido a ello, y aunque la calidad de vida en Azerbaiyán no ha mejorado espectacularmente, el posicionamiento del país sí lo ha hecho, proporcionándole cierta protección internacional gracias al establecimiento de algunas grandes empresas energéticas en Bakú, la capital del país. 

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La delicada geopolítica y geoeconomía caucásica

Conforme han ido avanzando los años, las cuestiones caucásicas han dejado de concernir a los tres países de la región –o cuatro si añadimos a Rusia– para integrar, directa o indirectamente, a más actores. En los tiempos recientes, si bien los cuatro países mencionados son sus protagonistas, otros estados como Turquía o Irán, además de instituciones como la OTAN o la UE tienen intereses en la zona, por lo que a mayor número de jugadores, mayor complejidad en la situación.

Entramado de poder Cáucaso

Aquí no hablamos de expansionismos ni de dominio regional o global. Son tres pequeños países con infinidad de problemas entre ellos y cuya estabilidad pende de un hilo. Sin embargo, se encuentran encerrados entre tres potencias que sí tienen intereses de lo más variopintos, desde los históricos a los económicos, pasando por los de seguridad. En el tablero regional podemos distinguir tres facciones: Georgia, enfrentada con sus repúblicas secesionistas Abjasia y Osetia además de con Rusia, que apoya a estas dos últimas en su particular política pansoviética –influencia sobre todas las exrepúblicas– y apoyada, aunque muy nominalmente y de manera poco efectiva por Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea; otro bando encabezado por Armenia, enfrentado con Azerbaiyán por el comentado enclave de Nagorno-Karabaj y con el respaldo político-militar de Rusia y de la llamada “diáspora armenia”, esto es las comunidades de armenios en distintos países del mundo y que se calcula en unos doce millones de personas –en Armenia viven poco más de tres millones–. Este colectivo tiene en algunos países como Estados Unidos, Rusia o Francia –curiosamente las tres potencias del Grupo de Minsk– cierta influencia política además de un poder económico considerable, que a menudo se ha materializado en generosas donaciones al país armenio, lo que ha ayudado a este a realizar políticas o intervenciones de gran envergadura. Por último, tenemos a Azerbaiyán, enfrentada desde la independencia con Armenia y apoyada por Turquía y por Irán, este último con la intención de debilitar la influencia turca –suní– en un país mayoritariamente chií como es el azerí.

Bien es cierto que el país con mayor proyección de influencia en la zona es Rusia. Su idea de mantener estados periféricos afines en los límites europeos y asiáticos tiene una considerable importancia aquí. Hasta hace un cuarto de siglo, las tres repúblicas estaban a las órdenes de Moscú, y en cierta manera todavía existe parte de esa dependencia política. Además cabe recordar que durante toda la década de los noventa, e incluso en el presente siglo, Rusia ha librado una guerra bastante cruenta en Chechenia contra los grupos paramilitares/terroristas chechenos –musulmanes. Atentados como los del metro de Moscú en 2004 y 2010 o la espantosa masacre del colegio de Beslán en 2004 han sido algunos de los terribles episodios de esta guerra. Así, la conveniencia rusa de pacificar la zona es alta, puesto que el conflicto en Osetia o su seguridad energética depende en buena medida de la estabilización del conflicto checheno y una situación de caos en la región conlleva graves consecuencias a ambos lados de la cordillera caucásica. 

Igualmente apoya a Armenia, a la que durante su guerra con los azeríes le vendió armamento a precio de coste, que a largo plazo se reveló fundamental para la victoria en Nagorno-Karabaj. Además de las afinidades religiosas y culturales –cristianismo y armenios en territorio ruso–, Rusia no mantiene en general buenas relaciones con Azerbaiyán por la cuestión religiosa y por el estatus del Mar Caspio, rico en hidrocarburos y que Rusia pretende dominar. Sin embargo, el debate sobre si es un mar o un lago –desde el derecho internacional son cosas muy distintas– no fomenta el entendimiento entre Moscú y Bakú. Armenia, conocedora del favoritismo ruso por su país, ha respondido en los últimos años con gestos de acercamiento para seguir teniendo el favor del Kremlin y protegerse así de una posible agresión azerí. En Yereván, las miradas hace unos años iban hacia Europa, concretamente hacia la Unión Europea. Al igual que Georgia, deseaba integrarse en la economía y el entramado de defensa occidental. Sin embargo, la realidad ha acabado por mostrarle el camino al gobierno armenio. Ha decidido mantenerse en la Comunidad de Estados Independientes (CEI), la organización con la que Rusia controla la seguridad en las repúblicas exsoviéticas e integrarse en la Unión Económica Euroasiática, de reciente creación y que pretende ser un proyecto similar a la Unión Europea.

Otro aspecto importante a destacar y que es fundamental es la variable económica, concretada en la importancia tanto de la producción de crudo y gas natural en el Mar Caspio como su transporte hacia la Europa occidental. Rusia y Azerbaiyán tienen fuertes intereses, ya que en buena medida la comercialización de hidrocarburos es lo que sostiene sus economías; por otra parte, Turquía asume el papel de intermediario entre la región euroasiática y el continente europeo. Implícitamente también está interesada en que haya paz en el Cáucaso, dado que cobra por el transporte de gas ruso y azerí por su territorio. Si la región caucásica se sume en el caos, la producción se corta, al igual que sus ingresos. Por tanto, no sólo se negocia ya cómo articular la política caucásica en base a los intereses propios de los países allí situados, sino que entre Rusia, Azerbaiyán y Turquía, intentan reequlibrar la balanza regional de tal manera que ellos también puedan  beneficiarse de los hidrocarburos del Caspio.

Situación en el Cáucaso

Sin embargo, Azerbaiyán lo tiene claro. El maná del oro negro les va a catapultar hacia una posición de respeto regional e internacional. Su millón de barriles diarios producidos les protege y les proporciona sustanciales beneficios. Incluso llaman a Bakú el Kuwait del Cáucaso. A pesar de ello, son conocedores de los riesgos que implica y de lo cuidadoso que hay que ser teniendo el estatus de productor de crudo y gas, además de los pocos apoyos formales que les cubren las espaldas. Consiguen vender su gas y petróleo en Europa a través de Turquía, bordeando Armenia y evitando que el enemigo saque provecho de su particular bendición energética. A los armenios es Rusia quien les apoya gasísticamente, ya que de no ser por esa ayuda tendrían serios problemas de suministro. 

Gasoducto South StreamIncluso la UE pretende influir en la política energética regional. Las conocidas dependencias energéticas comunitarias intentan ser resueltas diversificando los proveedores, ya que en la actualidad más de un tercio del gas que Europa importa proviene de Rusia. Conflictos como el de Ucrania y Crimea ponen en serio peligro la seguridad energética de la Unión, por lo que desde hace unos años en Bruselas se lleva negociando la importación de hidrocarburos desde el Mar Caspio, concretamente gas azerí. Esto se ha traducido en el proyecto del gasoducto Nabucco, que con sus 3.000 kilómetros debía ir de Azerbaiyán hasta el corazón europeo. Sin embargo, la UE ha acabado aparcando el proyecto, en parte por la competencia que Rusia le estaba originando con su particular proyecto del South Stream, otro gasoducto por el fondo del Mar Negro. No obstante, a principios de diciembre de 2014, Putin anunció la cancelación del proyecto, por lo que todo el entramado regional energético sigue igual, en manos de Rusia.

Futuro incierto

Que pervivan conflictos desde hace un cuarto de siglo no es algo positivo. Al principio eran cuestiones que no interesaban más allá de las fronteras caucásicas, pero las implicaciones geoeconómicas actuales han agrandado en miles de kilómetros el impacto potencial que un conflicto en la zona puede tener.

Armamento en el Cáucaso

El desarrollo económico para los tres países ha sido positivo en algunos aspectos, pero a su vez les ha otorgado herramientas extremadamente peligrosas. Una de estas  consecuencias se concreta en la acelerada carrera de armamentos que viven los tres países. De hecho, la caucásica es una de las regiones con mayor aumento en el gasto en armamento desde el fin de la Guerra Fría. Todo tipo de armas y países han vendido a los tres países, especialmente Rusia a Armenia, Ucrania y Estados Unidos a Georgia y China a Azerbaiyán. Aunque lo sugieren los datos, actualmente el ejército azerí es enormemente potente y con diferencia. Las guerras de los noventa fueron muy “básicas”, con los restos del ejército soviético y con unidades pesadas limitadas. Hoy la situación es bastante distinta, con ejércitos bien equipados y armamento de notable calidad. Es esa diferencia cualitativa azerí la que desequilibra en gran medida el statu quo actual, sólo contrarrestado por la presencia de Rusia, que mantiene un ojo puesto en la región. En parte esto es causa de que el Grupo de Minsk no prospere. Azerbaiyán todavía mantiene una actitud revanchista y cada vez se siente más segura de sus posibilidades dada su creciente capacidad militar. Al otro lado de Nagorno-Karabaj se encuentra Armenia, creyéndose todavía en el estatus de ganador de la contienda y cómodo en esa posición puesto que en parte la victoria sobre los azeríes en los noventa es su venganza particular contra los turcos, que desde hace veinte años mantienen la frontera cerrada y todavía hoy no reconocen el genocidio sobre los armenios de hace un siglo.

Rusia parece ser pues el único bálsamo regional. Sin embargo, actúa a la vez como acicate en los conflictos, ya que su interés es que estos, tanto en Georgia como entre armenios y azeríes, sigan activos. Durante la mayor época de estabilidad, Georgia y Armenia giraron hacia la Unión Europea y Azerbaiyán ganó independencia económica gracias a los hidrocarburos. Eso, en el mapa mental ruso de configuración regional, no puede volver a suceder. Así consigue jugar con la situación. Caliente pero no explosiva es el tramo que les beneficia, ya que así, además de tener cerca a armenios, abjasios y osetios, impide que la UE se extienda por la zona, política y económicamente. Una doctrina de la contención en el siglo XXI.

Por tanto, el principal foco se encuentra en Nagorno-Karabaj. En los últimos años ha habido conatos deconflicto armado, y sólo es necesario que uno de ellos se vaya de las manos más de la cuenta para que Armenia y Azerbaiyán vuelvan a la confrontación. Ahora, es difícil dilucidar quién podría tirar la primera piedra. Armenia es inferior pero cuenta con el apoyo ruso; Azerbaiyán es notablemente superior pero no está tan respaldado. Si Rusia se distrajese en algún momento, cabe pensar que los azeríes intentarían aprovechar la oportunidad. Sin embargo, dada la clara línea en la política exterior actual de Moscú, esta distracción es casi imposible que ocurra.

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En la zona georgiana la situación está bastante más enfriada. Georgia ya comprobó cómo no puede atraer a sus ex-territorios por la fuerza, y políticamente no tiene ningún atractivo reintegrarse bajo Tblisi. Osetia seguirá intentando entrar en Rusia y Abjasia mantener su estatus semi-independiente, ya que además dispone de mayores capacidades para tener autonomía, tanto política como económica. Buena prueba de la estabilidad actual en la región fueron los Juegos Olímpicos de 2014 en la ciudad rusa de Sochi, a escasos kilómetros de la frontera con Abjasia. Sin atentados ni incidentes nacionalistas a destacar, fue toda una demostración de Moscú de cómo domina la situación en el Cáucaso y en el Mar Negro.

La guerra civil en Ucrania ha demostrado que el mundo occidental no está libre de conflictos armados, menos aún si hay intereses de grandes potencias de por medio. El Cáucaso no es una excepción. Sin una solución factible a la vista y con trincheras y alambres de espino todavía sobre el terreno, sólo cabe esperar que a todos les interese la paz.

Fuente: http://elordenmundial.com/